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El vendedor de globos

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El vendedor de globos

Fabiana

Todo lo que pasa en este cuento es pura imaginación, así que, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, que quiere decir casualidad, y los personajes son ficticios, es decir, inventados. Y ¡basta de explicaciones! Acá empieza lo lindo.

En una plaza tranquila un señor llamado Andrés vendía globos plateados, rojos, azules, amarillos, dorados y verdes; tenía también multicolores, con franjas blancas, negras, anaranjadas, rosadas, celestes y lilas. Todos los que pasaban se quedaban boquiabiertos mirándolos con admiración. Las manos de los niños se estiraban queriendo alcanzarlos. Las mamás y los papás se paraban y hacían fila para comprar alguno. El vendedor, con poca paciencia, decía:

-¡Despacio, despacio, que hay para todos! ¡No me empujen, no me empujen!

Cada uno se iba sonriendo, como quien gana el premio de la lotería, después se ponían a jugar sobre el césped con el globo y lo hacían rebotar de mano en mano.

Decenas de familias corrían por la plaza, heladeros con carritos repartían fríos y riquísimos helados y las hamacas estaban llenas de pequeños gritando y cantando.

Todo era tan lindo, el sol calentaba la tarde con sus rayos dorados y tibios. La gente contenta, comentaba las novedades ocurridas en el pueblo, mientras que los chicos se divertían a lo grande.

Entonces, fue cuando Suertudo, un perrito que todos conocían muy bien, se acercó muy despacito al lugar, porque estaba muy interesado en saber lo que ocurría y nunca había escuchado tanto bochinche, en la plaza que diariamente recorría. ¿Saben por qué la gente le puso ese nombre tan raro? Porque andaba de casa en casa y no tenía dueño. Era un animalito vagabundo y donde iba siempre lo esperaba un hueso, un plato de comida o un trocito de carne que alguna mamá buena le guardaba. Era amigo de los chicos de aquel barrio y de todos los animales que allí vivían: gallinas, gatos (aunque no lo crean), conejos, pájaros, caballos, tortugas y muchos más. Tenía una suerte más grande que no sé qué (como dicen por ahí).

Miró para un lado y para el otro. Abrió grandotes los ojos y, como en un sueño, vio los globos revoloteando.

-¡Qué maravilla! –se dijo. Claro, nunca había visto tal espectáculo. Y, como un refucilo salió corriendo en la dirección donde estaba don Andrés (se acuerdan, era el vendedor).

El hombre se sobresaltó y le pegó un grito: -¡Epaaaaaaa! ¡Fueraaaaaaaaaaaa!

El pobre perrito huyó asustadísimo y fue a contarles a sus amigos lo que le había pasado. De qué manera aquél individuo lo había tratado, él que siempre estaba acostumbrado a que lo mimen y que le den toda clase de cuidados.

La gallina de Doña Ramona lo saludó asombrada, por la cara que tenía Suertudo y le preguntó lo que le pasaba. Después ella se encargó de desparramar por todos lados el chisme.

Los amigos se espantaron de lo sucedido, se reunieron con él y decidieron organizar un cacerolazo, para protestar por malos tratos en la plaza del pueblo. Y, uno atrás de otro, fueron marchando. Ollas chicas, ollas grandes, tapas y cucharas los acompañaban.

En la plaza seguía el jolgorio y nadie se dio cuenta de nada, hasta que empezó el batifondo. Suertudo encabezaba la protesta y detrás de él estaban todos sus amigos.

-¡Qué sucede cariño! -Dijo una abuelita, que paseaba a su nieto en un cochecito.

El perrito, ni lerdo ni dormido, paró el concierto de utensilios de cocina y, dirigiéndose a la multitud exclamó:

-¡Dónde quedaron los buenos modales! Yo solamente quería un globo, para jugar como los chicos y compartirlo con mis compañeros de juego.

En ese momento lo interrumpió don Andrés diciendo:

-Pero vos viniste corriendo como loco, casi me hacés caer.

-Yo creía que los regalaba y que enseguida me iba a dar uno, como todos siempre me dan lo que yo quiero.

Y allí intervino un papá explicándole que a veces las cosas no son así, que en ocasiones no se consigue lo que uno quiere o hay que pagar por algo, para tenerlo.

Siguieron discutiendo un rato y se dieron cuenta que los dos habían estado mal. Se perdonaron con un abrazo y el vendedor le regaló un globo a nuestro amigo.

Suertudo y don Andrés, desde entonces, se hicieron grandes compinches y aprendieron una lección muy importante, que vos y yo también debemos tener en cuenta: “hay que tratar a los demás con buenos modos” y pedir las cosas de buenas maneras.

Y para que lo aprendas de memoria por si te olvidás, aquí va este versito:

VOS Y YO PODEMOS JUNTOS,

HACER UN MUNDO MEJOR

SI NOS TRATAMOS CON CARIÑO

BORRAREMOS EL DOLOR.

FLORECERÁ LA ESPERANZA,

RENACERÁ EL AMOR.

 

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