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Una ultima mision

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Una Ultima Mision

Juan Fernando Quiroz Rúa

Con la conciencia de ser uno de los pocos guerreros de una tierra de asesinos me adentre en aquella tierra extraña por el preciado tesoro… aquella bandera enemiga que codiciara yo tanto como ellos aquella a la que fiel era, solo entre altas y espesas hierbas, tierra de salvajes bárbaros, me cubría de ellos, pues mi tamaño, considerablemente menor, me ayudaba… En mis manos una katana, mas no cualquier katana, aquella que me diera mi maestro de su propio cinto, encomendándome la misión, y en mi cinto, aquella daga, que me diera mi amada para que en ella llevara su corazón… esperé, porque el entrenamiento de asesino así me lo enseñaba, era un guerrero… entrenado como asesino.

Pasaron lo que parecieran épocas enteras, el hambre atenazaba mi estomago, el sueño cerraba mis parpados, los malditos Bárbaros nunca descuidaban su tesoro, su bandera, y allí robusto e imponente su terrateniente con una larga lanza en sus manos y un estoque en su cinto, el cual tenia tantas vidas en su hoja que no valdría la pena intentar contarlas, desde mi posición podía ver el campamento entero, sin ser advertida mi presencia, cada día llegaban guerreros heridos y salían nuevas compañías de batalla, y yo esperaba… comía muy poco, solo lo necesario, debía estar vigilante.

Pero algo que no esperaba pasó, un goblin curioso estaba cerca de mi lugar, la noche caía, lo advertí de espaldas, y cómo una sombra traída por la noche que prematura caía sobre los ojos de este pequeño ser, tapé su boca con mi mano y corte su garganta con mi katana, profunda y rápidamente, su sangre dejó rastro, el cual corrió cuesta abajo hasta llegar a los pies de uno de los Berserkers, Advirtió mi presencio a y con una seña, seis eran los que le acompañaban a por mi, era ahora o nunca, este hibrido de guerrero y asesino debía robar esa bandera o morir en el intento, flanqueé a aquellos guerreros hábilmente para no ser visto de nuevo, bajé de la pequeña colina y tras un frondoso árbol ubicado tras el campamento, cercené la vida de un bárbaro que me vio, corrí al verme perseguido, aquel terrateniente tan temido por muchos me esperaba con una sonrisa, como quien caza una presa, dando ordenes a todos los que a su disposición estaban, cerrando mis salidas…

Yo tajaba a quien se me ponía en frente, pero sin dejar de huir a la horda que me cerraba, en esa frenética huida mi cabeza se iluminó, corrí en línea recta hacia el terrateniente, este me esperaba con su lanza, unos cuantos metros antes, me desvié, corrí en zig zag como solo un Asura podría, esquivando obstáculos de la naturaleza y de los bárbaros, salté la lanza dificultosamente, tomé la bandera, aquel estandarte por el que peleábamos, corrí como un enajenado, detrás mío toda una horda, mas mi error fue creer haber sido capaz de burlar tan fácilmente al terrateniente mas temido, aunque no por mi, me sentí seguro mas aun as seguí corriendo, ascendí la colina después de dar varias vueltas para despistar a mis persecutores, y cuando la sima de la colina se revelaba a mis ojos, también una lanza salida de esta, empuñada por Vlad, el maldito terrateniente, que atravesaba mi pecho brutalmente, saque la daga que me diera mi amada Arakiba, la besé mientras caía y oía en la distancia la risa de aquel hombre, mas luego, con lo que pareciera mi ultimo aliento, a escasos centímetros del suelo y de mi ultimo suspiro, vi su cabeza caer por las dagas de uno de mis compañeros, a mi amada tomar el estandarte, y a mi líder atajar mi cuerpo, que fue llevado lejos de aquel lugar en un intento de salvar mi vida…

Allí, al calor del fuego de mi hogar, en el regazo de mi esposa, al lado de mi hija, mi cuerpo exhalo su ultimo suspiro, diciendo en un ultimo esfuerzo a aquellas dos mujeres que fueran la razón de mi vida “Las amo…”, mientras se cerraban mis ojos y los suyos se inundaban en lagrimas. Mi cuerpo fue incinerado y sus cenizas esparcidas por toda la tierra de Asura.

Ahora desde el mas allá observo a los vivos, en cada corriente de viento digo al oído a mi adorada Arakiba cuanto la amo y a mi hermosa hija Freyja cuanto la extraño… así mismo, doy mi espíritu a mis compañeros en cada batalla, y doy la bienvenida a los que caen, esperando junto a ellos el momento en el que nuestras almas renazcan en el mundo mortal, y poder pelear una vez mas por nuestra tierra y nuestra gente.

Aguarden compañeros, Aguarde maestro, pronto tomaré mis armas de nuevo… Espera mi amada Arakiba, Espera mi preciosa Freyja, pronto estaré con ustedes…

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