El interés más acentuado en la investigación criminológica se ha trasladado, de enfoques criminal-biológicos, a enfoques criminal-psicológicos y criminal-sociológicos, aunque se concede todavía mayor atención al trasgresor de la Ley que a la criminalidad. Bajo la influencia de Durkheim y su teoría estructural funcional, la concepción del crimen como enfermedad o como fenómeno social patológico se ha ido sustituyendo, cada vez más por la consideración de la normalidad del crimen. Desde entonces son objeto de investigación más imparcial la criminalidad y el marginado social. En la investigación de la criminalidad primitiva predominaba el concepto positivista formal del crimen, que dependía del ordenamiento jurídico respectivo. Por el contrario, la criminología moderna se inspira sobre todo en un concepto material del crimen, que se basa en la peligrosidad social como marco de referencia y posibilita la inclusión de la conducta antisocial general. Sin embargo, la concepción sociológica del crimen presenta, respecto del plano jurídico formal, la desventaja de que no permite conclusiones tan universales y que está más expuesta al peligro de ser mal utilizada por la política criminal del Estado. En este sistema la investigación se caracteriza fundamentalmente en descubrir la correspondencia entre la criminalidad y la estructura de la sociedad, sus sistemas políticos y económicos, fuera de otros factores que se agregan en las agrupaciones de los individuos: también se examina la influencia de los factores climatológicos, sobre la conducta criminal. Otros factores pueden ser enfocados tanto en su aspecto crimino sociológico como crimino-biológico. Esto sucede, particularmente, con factores tales como la edad, sexo, raza, los cuales se determinan biológicamente, pero cuya trascendencia respecto a la criminalidad depende en gran medida de las condiciones externas de la sociedad.
