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Eyadel

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EYADEL

Jorge Ahon Andari

 

Primera edicion 1993 – San Juan – Argentina

Segunda edicion 1997 – Toronto – Canada

A MODO DE ADVERTENCIA

A muchos se les hará difícil aceptar lo narrado en las

páginas de este libro. Me refiero a la posibilidad de hacer

perdurable la unión de quienes se aman. Me refiero además, a

que, siguiendo una práctica como la aconsejada en algunos

párrafos del libro, se pueda hacer inagotable el amor convivido.

Pero hay algo que nunca se tuvo en cuenta y es la reacción de una interioridad estimulada por la comprensión de un universo íntimo, secreto e inviolado, el que, repito, jamás se exploró y al que nunca se ingresó para descubrir que dentro de sí se esconde una armonía, un ritmo, una frecuencia de sintonía, que realice el milagro de la unión durante los distintos estados de ánimo por los que pasa la vida en convivencia. Se debe entender que estoy refiriéndome a los estados de ánimo del compañerismo, de la amistad y del amor, que bien pueden ser alimentados por el despertar de la mencionada armonía interior.

Lamento agregar que quienes vivieron la experiencia del fracaso; que quienes se vieron separados por diferencias de influencia exterior, no pueden aceptar lo escrito en este libro…pero, les ruego que recuerden que la causa fundamental de toda separación, de toda desunión, se halla en el mundo de afuera; se encuentra, precisamente, donde se generan las ilusiones del universo objetivo y nunca en la zona íntima donde el alma manifiesta su reinado.

El ejemplo de mayor evidencia lo encontramos cuando hacemos la elección de la pareja.

 

Dicha elección se produce casi siempre influenciada por los modelos exteriores, publicitados por quienes usan los tiempos, o mejor dicho, los espacios subliminales del observador para dejar en su interior la imagen que poco a poco se convierte en un modelo para elegir….y se elige según lo venido de afuera, instalado ya en la mente del incauto; se elige lo elaborado por quienes sólo han usado la conveniencia material, la ventaja comercial, o etc., etc… ¿Cuántas veces nos ha sucedido ver en el rostro de una mujer la imagen introducida en nuestra mente por medio del mensaje de una moda, de un perfume, de un artefacto cualquiera? ¿Cuántas veces hemos buscado el ideal femenino de acuerdo con el modelo visto en una pantalla, en una revista, en fin, en donde ese modelo ha sido hecho por la necesidad de vender, de promocionar una marca?…¡ Y así nos va cuando el modelo se desvanece en la ilusión!

¿Será posible, entonces, restablecer la relación con nuestro ser interno para que sea nuestro ser interno el que nos haga elegir o el que nos conduzca a elegir de acuerdo con nuestras necesidades del cuerpo y del alma?…Si así fuera, habrá entonces para las necesidades del cuerpo la unión amorosa del sexo y para las necesidades del alma quedará el alimento de la amistad y del compañerismo, cubriendo de este modo todo el sendero a vivir hasta nuestra transición o muerte.

Hecha la advertencia de lo que creía oportuno, dejo en manos del lector el anhelo de un autor que quiso descubrir en las desuniones y en la separación las contrapartes de la unión y de los encuentros duraderos.

¡Que el destino de este libro quede justificado en la aceptación de quienes puedan demostrar lo sugerido en él!

 

DURANTE EL REGRESO

INTRODUCCIÓN

 

Los primeros minutos iniciales del viaje de regreso fueron para Jotanoa momentos de evocación, ya que los pasó evocando los recuerdos de aquellos días vividos junto a Albanoa. Eran los recuerdos frescos, recién desprendidos de la experiencia exterior, los que iban ingresando al nuevo ambiente de lo perdurable. Mientras los evocaba, Jotanoa descubría detalles escondidos y los agregaba para enriquecer el refugio interior de las horas futuras.

Pegado casi a la ventanilla del tren, con el paisaje inmenso allá lejos, con el desierto de pampa y distancias esfumadas en horizontes brumosos o en horizontes diluidos en la misma lejanía, Jotanoa era ya el hombre nuevo, llevando en su interior la brújula preciosa que la habría de guiar por el camino elegido hacia la cumbre del pensamiento de la creación. En su alma, Eben Alb parecía el niño recién nacido, asombrado quizás de la bondad de Albanoa que le permitiera vivir en lo que iba a ser su imperio invisible.

 

Se sentía heredero de muchas cosas agradables y desagradables, y sabía que él era la consecuencia de situaciones comprendidas y superadas por Albanoa. Sabía, además, que comenzaba a vivir el presente de Jotanoa y que ambos tenían la memoria completa, puesta al día por Albanoa, para consultarla y recurrir a ella cuando los problemas sean verdaderos enigmas de difícil solución.

Pero la característica principal que tuvo el viaje de regreso fue la lectura de la historia de amor que su amigo ausente se la dejara escrita en el libro que ahora comenzaba a leer. En la primer página, el título era una sola palabra:

EYADEL.

 

CAPITULO I

 

Habían pasado algunos meses y aún le quedaba la impresión desagradable de haber conocido a alguien durante el viaje a una provincia vecina. Albanoa había llevado a una mujer desconocida, la había dejado en su domicilio y en agradecimiento al desinterés de su conducta, nada, absolutamente nada en todo sentido…¿Así se premia el valor o la audacia de ser sincero consigo mismo, sincero hasta dejarse llevar por el impulso humanitario del corazón?… Una desilusión más – se dijo – que sumada a las anteriores hace crecer el instinto de la desconfianza, una desilusión más que fortalece la razón de la incredulidad.

Sin embargo y a pesar de todo, el recuerdo de lo sucedido sobrevivía a la desconfianza, alimentando una esperanza que había adquirido el hábito de esperar por esperar. De vez en cuando, una sonrisa, apenas esbozada, le llegaba del fondo de su ser.

 

No podía olvidar el rostro de aquella mujer. La insistencia de su imagen era todo lo que tenía, ya que desconocía su nombre e ignoraba el domicilio en la zona donde él vivía. Además, la casa donde la dejó aquella noche ya no era de su familia porque había sido vendida. Una de tantas noches que uno malgasta resultó de provecho para Albanoa. Ocurrió mientras acompañaba a un amigo, a quien le confió el grado de sensibilidad que estaba sufriendo, aumentada por el malestar de la obsesión. Le contó lo que sucedía con la imagen que se adueñaba de su mente sin evocarla. Le confesó que aquel rostro le llegaba involuntariamente.

·        Tal vez allá – le dijo su amigo – siente como tú la impotencia de encontrarte. Semejante imposibilidad hace que el recuerdo, tanto en ella como en ti, se presente o aparezca como consecuencia de la ansiedad de querer encontrarse.

·        Te sugiero una idea – le dijo, después de mirarlo un buen rato sin saber qué decirle -, te sugiero la idea de escribir en forma de cuento lo que te ocurrió esa noche. Has el relato con los detalles que faciliten el reconocimiento de lo sucedido. Agrega, si quieres, la desilusión, reprochándole su actitud. Cuando lo tengas escrito lo haré publicar en el diario donde trabajo…¿Qué te parece?…¡Tal vez ella lo lea y sepa por ese medio dónde encontrarte, si es que tiene la intención de hacerlo!…

Le hizo caso a su amigo. Aceptó la idea, presintiendo que por ahí vendría el desenlace.

 

Lo escribió pues, quedando relatado según los párrafos que a continuación podrán leerse:

 

La monotonía de lo cotidiano – así comenzaba lo que fue publicado -, el vacío de las horas que pasan sin dejar nada, la obtención de caprichos que no van más allá del uso material de los objetos y cosas, nos llevan a buscar otros horizontes, a buscar experiencias en aventuras imprevistas, con la esperanza de encontrar el sabor de la vida y el incentivo para vivirla sin el temido aburrimiento.

El joven, al que me refiero en este relato, cierto día, por alguna razón desconocida, se dejó llevar por el deseo de caminar hacia cualquier parte…Hacia cualquier parte y con una noche de primavera, caminaba por una vereda desierta, sin darse cuenta de que estaba dirigiéndose a una estación de entrada y salida de trenes.

El misterio de la primavera, respirado en el aroma de la vegetación, le llenaba los pulmones. En su corazón latían los rumores de la naturaleza en pleno despertar. Por sentirse en primavera, el joven murmuraba en voz baja lo que tantos seres humanos lo hicieron alguna vez sin temor a la vergüenza:

·        ¡ El amor, el amor!…¡Mujeres y mujeres y ninguna junto a mí para conocerlo!…¿Qué es el amor?…¿Es una mentira de los románticos, de los ilusos o es algo escurridizo, difícil de atrapar?…¿O es el disfraz con que la necesidad nos miente?…Si en cualquier lugar existe, según se oye decir, ¿por qué no puedo estar en el lugar donde existe?…

 

Si es una expresión natural de la vida, ¿por qué no lo vivo siendo yo una expresión de la vida?… Estas eran sus reflexiones. Así pensaba y hablaba consigo mismo mientras atravesaba la calle y se dirigía a la estación. Allí, en la estación, un tren estaba por partir. La máquina, a punto de irse, parecía tomar aliento para una larga carrera.

El joven se sentó en uno de los bancos del andén. A poco de estar allí, sonó la campana anunciando la partida, luego se oyó el silbato del guarda y las ruedas del tren patinaron, girando sobre el mismo sitio, para comenzar lentamente su andar de mole gigante, abriendo en las sombras su camino de luz, por el que se alejó poco a poco. El andén se despobló. También, poco a poco, se alejó la bulla de las voces. Ya estaba por reinar el silencio cuando la carrera de unos pasos, desesperados y tardíos pasos, irrumpieron en la reciente calma. Una joven mujer se plantó de golpe en el andén con la angustia en el rostro, mirando hacia donde el tren se perdía de vista. Pareció a punto de desmayarse, afectada por algo sin remedio. Sin más valor que el suficiente para llegar a un banco y sentarse, la joven dejó caer la cabeza entre sus manos y sollozó con delicadas convulsiones. El joven, que estaba viendo la escena, se arrimó impulsado por el instinto involuntario de humanidad. Le rogó perdón por su intromisión y le preguntó lo que le sucedía. La joven le dijo:

·        ¡He perdido el tren y mi madre está muy grave!…

Algo vulgar, ¿no es cierto?…Y no tengo en qué llegar a su lado…¡Oh,! ¿qué puedo hacer?…¡Y a estas horas!…

 

El joven, sin vacilar, le dijo:

·        Venga conmigo que la acerco a la próxima estación!

¡ Allí podrá tomarlo!…

La joven lo miró un momento. Midiéndolo desde la cabeza a los pies, casi en un grito, le contesto:

·        ¡Vamos!…

Sin más palabras que las dichas, salieron de la estación a la carrera hasta donde el joven tenía estacionado su automóvil, para luego perseguir a un tren que se alejaba a una velocidad creciente. Cada tanto, el aullido de su sirena anunciaba su alejamiento.

Cuando llegaron a la próxima estación, el tren reanudaba la marcha y la joven caía de nuevo en la desesperación. No hizo falta bajar del coche para darse cuenta de la imposibilidad de alcanzarlo.

·        ¡Señorita – le dijo el joven – esta carrera es inútil porque la próxima estación queda muy lejos!… ¡Tome! – agregó y le pasó un revólver.

·        ¿Qué significa esto? – preguntó ella.

·        ¡Por si tiene desconfianza!…Le prometo llevarla hasta su casa si me lo permite. Le dejo el arma para darle confianza. Sé que es una tontera, pero no se me ocurre otro medio de ofrecerle seguridad.

La joven, recuperada y comprendiendo el gesto casi inocente, a la vez que le sonreía, dejó el revolver en el asiento, junto a él.

 

·        ¡No hace falta! – terminó por decirle.

·        Entonces, me lo permite…

·        No puedo negarme – atinó a contestarle.

·        ¿ A qué distancia queda su casa?

·        A unos 120 km., más o menos.

·        Le ruego tranquilidad…y no tema porque sea un desconocido.

El joven inmovilizó el rostro con la mirada puesta en el camino, mientras la experiencia de la imprevista aventura comenzaba por alegrarle el alma.

La travesía de los 120 km., transcurrió casi en silencio…¿De qué hablar cuando la preocupación de ella lo impedía? Aunque poco fue lo que hablaron, cada tanto una mirada fugaz se cruzaba con la de ella. Cuando el automóvil se amoldó a la monotonía del viaje, la joven dejó asomar a su rostro un gesto que expresaba el asombro por lo que estaba sucediendo, por lo insólito del encuentro…¿Quién era este joven?…¿Qué hacía en la estación, sentado allí, cuando lo natural era que se hubiera ido no bien el tren partiera?… ¿Qué hubiera hecho ella con un problema que lo estaba solucionando este desconocido?…Una leve sonrisa pasó por sus labios, al mismo tiempo que cerraba los ojos para ver mejor lo que se estaba preguntando.

Luego de andar el tramo de los kilómetros mencionados, las primeras palabras fueron dichas cuando ella le indicó el camino que debía tomar para dejarla en su domicilio.

 

Llegaron… La joven entró a su casa a la carrera, olvidando bolso y valija en el coche, y olvidando a quien la había traído… Diligentemente, el joven tomó el equipaje y lo colocó junto a la puerta de entrada. Esperó un momento. Nadie salió. Siguió esperando sin saber qué hacer. Se sintió incómodo como si estuviera sobrando en un sitio desconocido. Apareció un hombre. Era el médico. Nadie lo acompañaba. El médico le dio las buenas noches y se alejó…Más incómodo se sintió. Vaciló un momento, pero dejó de vacilar cuando decidió alejarse. Se alejó de allí con la sensación de haberle alcanzado la dosis de ingratitud con que la gente suele repartir con tanta facilidad. En el coche lo esperaba la tristeza y con ella se fue. Con la ilusión herida regresó, rogando comprender a los seres humanos. A las pocas horas se acostumbró al malestar de la ingratitud o dejó que el malestar lo acompañara como una prenda más de su ropa de vestir.

Durante algunos días pareció resignarse, creyendo que todo se lo llevaría el olvido. Aunque el desengaño y la ilusión se alternaban en su ánimo, era la ilusión la que se apoderaba de la esperanza y en ella se apoyaba. Presentimientos opuestos pasaban por su mente, sin embargo, como si el futuro insistiera en lo que uno no alcanza a interpretar, empezó a soñar con la buena suerte de encontrarla. Imaginó de mil maneras el instante de acercarse a ella o de venir ella hacia él. Alimentó la esperanza como si fuera una meta que estaba ahí nomás, casi al alcance de la mano, al alcance de su anhelo.

 

Hasta llegó a bautizarla con un nombre de su invención, con un nombre que él relacionaba con la distancia que los separaba. Se decía cada tanto en su interior, para darse ánimo, pensamientos como éste:

·        ¡Si la distancia sueña con la unión, déjate vivir por el sueño de la distancia!

Y recordando la mirada de la joven, también se decía:

·        ¡Ojos que miran adentro lo que esperan encontrar afuera!

Estaba, en realidad, idealizando a la mujer con quien estuvo solo unas horas. En algunos momentos de lucidez crítica trataba de ver las cosas de otra manera, aconsejándose que fuera prudente y que dejara la solución en manos del porvenir. Poco duraba la prudencia. Si ganaba alivio, el alivio era momentáneo…

Y terminaba dejándose atrapar por el sueño que le acortaba la distancia del encuentro, terminaba entregado a la influencia de aquellos ojos que miraban en su interior lo que anhelaban hallar afuera. Como buen soñador de imposibles tuvo la ocurrencia de relacionar la distancia que los separaba con la mirada de la joven para bautizarla con el nombre de Eyadel.

¡ Eyadel, Eyadel!…

¡ Qué nombre hermoso

para tanto amor lejano!

 

¡ Eyadel, Eyadel!…

si estás en el futuro

de esta espera,

dime dónde empieza

tu presencia

para encontrarte

acercando mi existencia…

¡ Pobre joven!…Poco a poco presentía que se acercaba al miedo de preguntarse si estaba enamorándose de un fantasma. De acuerdo con la soledad en que vivía, le parecía que estaba enamorándose de un fantasma, pero según el convencimiento de la espera sólo estaba esperando a quien en cualquier momento habría de llegar.

¡ El amor hace poetas a los hombres!…Cuando sienten nacer en su interior algo que nunca sintieron y que los hace ver y vivir de una manera distinta, no les queda otro apoyo ni mejor tónico que la poesía.

El joven de nuestro relato se hizo poeta y buscó en la poesía el tiempo de llegar a quien amaba, esperándola….Pero el tiempo de la espera fue sumando semanas y meses…Semanas y meses llegaron y pasaron….Y a los sueños del hombre que soñaba con Eyadel le aparecieron algunas arrugas. Eyadel resplandecía en la imaginación, pero a su lado estaba ausente. El corazón del joven le entregó su amor a la nostalgia.

En su mirada asomó la mansedumbre de la resignación. Empezó a creer en el fantasma de Eyadel cuando cada mañana despertaba para decirse:

 

¡ Eyadel, Eyadel

Si tu nombre hermoso,

hecho de ausencia,

no lo habita tu presencia,

de nada vale

que la vida siga

sosteniendo mi existencia….

Hasta aquí lo escrito y lo publicado. Después de haberlo hecho lo invadió la duda y después de verlo impreso se arrepintió de haberlo escrito. Lo que iba a vivir sería peor que lo vivido anteriormente. La intensidad de los momentos fueron casi insoportables. Se reprocha que no debió haber hecho lo que hizo, que no valía la pena ahondar tanto en la resistencia emotiva, con el corazón a pleno ritmo empinado en el límite de la espera. Y esto lo comprobaba cuando sonaba el timbre de calle y su respuesta era el sobresalto. Cuando el teléfono sonaba sucedía lo mismo. En realidad, estaba arrepentido. Y así pasaron los días sin saber cómo contarlos. Cada jornada parecía desaparecer en la anterior, sumando horas de espera. El ayer fue llevándose los momentos, dejando en la memoria la sensación de un sólo día interminable.

 

A poco metros de su casa existe un espacio verde, un pequeño refugio de árboles. Allí estaba sentado, observando el trabajo de amasar el barro que hacía un hornero y asombrado de ver cómo lo llevaba en su pico hasta el hogar que estaba construyendo…¡Un hornero haciendo su casa!..

·        ¡ Hola!…sintió a sus espaldas una voz femenina.

No quiso volver el rostro por miedo no sabía a qué, tal vez a su locura incipiente o quizás, miedo a la nada burlándose de él.

·        ¡Hola!…repitió la voz. Esta vez le llegaba entibiada en un poco de ternura.

Se dio vuelta para escuchar que le decía:

·        Eyadel, Eyadel!..

Aquí estoy

con mi nombre hermoso

acercando mi presencia…

Al ponerse de pie y dar unos pasos y al ver que eyadel daba también unos pasos, sintió que los esperaba el abrazo. Con los ojos cerrados con las mejillas humedecidas por el desahogo, permanecieron abrazados, no sólo abrazados a ellos mismos son a una ternura que buscaba refugio en la caricia del encuentro.

 

Comprendió de golpe lo que era la ternura, diciéndose que era la necesidad del cariño de sentirse refugiado, de sentirse en la protección de la criatura amada. Cuando al abrir los ojos y mirar por sobre los hombros de Eyadel, Albanoa vio a su amigo que se alejaba, habiendo sido él quien la trajera hasta sus brazos. El instante del encuentro ha quedado en la memoria de ambos como algo intocable, inviolable. Hasta hoy lo cuida el hálito de lo sagrado, el hálito del misterio y del secreto de una intimidad sellada. Albanoa suele repetir que nunca como en ese momento sintió el valor inmenso de la palabra ¡hola!, dicha en ocasiones que acerca y une los extremos de cualquier distancia…¡Pareciera que hablara por todos los silencios!..

 

CAPITULO II

No sólo la vida con su íntima energía nos hace como somos. La influencia del ambiente nos agrega la costumbre de tradiciones sustentadas en la ignorancia de épocas pasadas. La vida que estamos viviendo nos invita, con el futuro por delante, a seguir avanzando, pero el hábito a permanecer nos quiere detenidos en el pasado, haciendo de la indolencia el cómodo refugio de la inmovilidad. El futuro no está reñido con el pasado, siempre que el presente le facilite aquello que viene llegando del porvenir.

Eyadel y Albanoa comprendieron sin mucho esfuerzo que el enemigo de la unión de sus anhelos de vivir estaba escondido entre los pliegues de la naturaleza de cada uno. La herencia de miles de desencuentros tenía en cada uno de ellos la tendencia a manifestarse no bien se presentaban las mismas condiciones que en el pasado le dieron nacimiento.

Lo imprevisto de una reacción, lo inoportuno de un gesto,

de un pensamiento o de una palabra dicha fuera de lugar; la

aparición aislada de una ocurrencia, el capricho de hacer o de

conseguir algo que provocara alteración de ánimo, lo fugaz de

querer algo agradable para convertirlo luego en algo

desagradable, en fin, todo aquello que se expresaba en la

manera

 

de ser sin que haya motivo inmediato o evidente, todo lo que afloraba en ellos con la intención de separar en vez de unir, era visto y sentido por ambos como si estuvieran removiendo escombros de hábitos inútiles o de costumbres enfermizas. Se dieron, por lo tanto, a la tarea de enfrentar sus propios defectos, sus íntimos errores para encontrar luego la manera de conbatirlos, ya que la mejor forma de conocer el error era dejar que se manifestara. A medida que esto

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