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El mas grande de los tesoros de este mundo

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El más grande de todos los tesoros de este mundo

Naldo

Una antigua leyenda cuenta la historia de un hombre que dedicó su vida entera a la búsqueda de un tesoro mitológico que otorgaría a quien fuese capaz de encontrarlo, una vida prolífica y conocimientos sin límites.

Este hombre viajó por los confines del mundo conocido por entonces, y más allá incluso, hasta sitios en los que las cartas de esos días mostraban algo llamado "finis terrae"… Vivió una vida solitaria y privada de cualquier tipo de lujo o placer; trabajando en faenas esclavizantes e infrahumanas con la sola finalidad de conseguir su meta. Nunca se quedaba mucho tiempo en un mismo lugar y siempre viajaba ligero, sólo con lo escencial para pasar las horas que le tomaba ir de un sitio a otro… soportando todo tipo de inclemencias del tiempo y recorriendo trayectos interminables que lo llevaban a través de montañas o desiertos…

Cuando este hombre ya estaba cercano al final de sus días encontró un documento oculto que lo guió hasta un laberinto subterráneo bajo la ciudad de Bizancio, en el cual pasó tanto tiempo buscando entre sus oscuros pasadizos que ya había olvidado cuánto hacía que estaba allí… Había olvidado el sonido de las personas en los numerosos mercados y pueblos que visitó; ya no recordaba cómo era ser bañado por una suave lluvia, ni el abrazo terrible del sol en el desierto sin fin… Estaba atrapado en esa maraña de túneles oscuros, lejos de todas las maravillas del mundo que había conocido durante su búsqueda insaciable.

Ya con sus últimas fuerzas, observó un resplandor al final de un pasadizo y se lanzó sin pensarlo hacia esta luz; desbordante de alegría por saber que había alcanzado el final de sus días de miseria en este mundo y que estaba a punto de convertirse en el ser más poderoso que hubiera pisado la faz de la Tierra desde los días de la creación…

Allí, finalmente frente a sus ojos se encontraba el brillo cegador de todas las estrellas del firmamento, el objeto más hermoso jamás presenciado por ser alguno… Incluso pensó para sí, que muy probablemente este era el motivo por el cual se crearon todas las cosas de este mundo… Estaba frente a algo indescriptible para cualquier lenguaje humano y más allá de la comprensión para cualquiera.

Tan absorto estaba con lo que contemplaba ante sí y con las emociones que eataba teniendo de sólo imaginar las mil y una cosas que sabría y todo lo que podría hacer cuando alcanzara esa maravilla, que no reparó siquiera en que el suelo bajo sus pies se había transformado en una delgada lengua de roca sobre un oscuro abismo sin final… el cual muy probablemente llegaba hasta el centro mismo del planeta.

Caminaba preso por su objetivo deseado, cuando de pronto trastabilló en un borde y sintió que perdía el equilibrio y se precipitaría sin remedio a las profundidades que lo cercaban. Sólo después de un gran esfuerzo logró recuperar la estabilidad sobre el ínfimo pedazo de roca que le sostenía… Súbitamente notó sus manos enrojecidas, y luego el resto de su cuerpo y sus ropas humeando como leña húmeda en la hoguera… No podía creerlo, no podía ser verdad que al llegar frente a su anhelado tesoro, al que había dedicado su existencia y por el cual había vivido sin vivir todos sus años; este al fin le consumiese lentamente como una insignificante polilla que se abalanza hacia el fuego…

Algunas imágenes de su pasado vinieron a su mente… particularmente una que le recordó a la única mujer que atrapó su atención (y su corazón) durante sus veintes… aquella mujer de la cual nunca pudo olvidarse. Se acordó cómo en su compañía había tenido sueños diferentes al que lo había traído hasta allí… Experimentó en su interior nuevamente la felicidad que había sentido al besarla, esa hermosa locura de perderse en sus curvas y la alegría que sentía al verla sonreír… Y también se acordó del profundo dolor que le causó cuando decidió partir y dejarla sin siquiera decirle adiós (lo cual le dejó una herida abierta en su pecho)… Todo por su insaciable deseo de alcanzar su gloriosa meta… el más grande de todos los tesoros de este mundo.

Abrió sus ojos con doloroso esfuerzo y comprendió al verse consumido por el fuego, que había conseguido lo que buscó durante toda su vida… sólo para descubrir que no le estaba permitido alcanzarlo, que no era algo que pudiese ser tomado por hombre alguno…

En los últimos segundos de aquella triste existencia, aquel hombre sonrió para sí al entender claramente que el mayor de los tesoros no era algo tangible que podía sostener en sus manos, era el saber reconocer cuando el destino nos muestra el camino que debemos seguir… y cuando debemos detenernos…

También pudo ver que la única inmortalidad permitida a los hombres estaba en la prolongación de sus vidas a través de sus hijos…

Pronto las cenizas se esparcieron en el viento y el silencio de aquel lugar continuó para siempre…

 

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