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Kori y el aguila gigante

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Kori y el águila gigante

Mónica Leal Gallardo

En un rincón del Océano Pacífico hay una hermosa isla tropical con tal cantidad de animales y plantas exóticas que cada año vienen científicos de todas partes del mundo a estudiarlos.

En una playa solitaria vivía una familia muy humilde. La pesca, la caza y la recolección de frutos eran la parte más importante de su sustento.

Kori, el pequeño hijo de 5 años, estaba aprendiendo junto a su padre a cazar y pescar y le encantaba pasarse todo el día a su lado.

Un día el padre dijo así:

– Deberemos internarnos un poco en la selva…la pesca ha estado muy mala y casi no tenemos que comer -.

Al día siguiente, muy temprano, se fue con el pequeño y comenzaron a recolectar frutos silvestres. El padre estaba muy atento, cuidando que a su pequeño no fuese a pasarle nada…la selva estaba llena de peligros.

Una serpiente se descolgaba de un árbol silenciosamente… Quería desayunarse al pequeño pero el padre la vio a tiempo y se alejaron rápidamente del lugar.

A media mañana llegaron a un claro descubierto de vegetación. Aunque era pequeño, el padre pensó que allí el niño estaría a salvo… No había sido una buena idea llevarlo consigo, de eso ya estaba convencido.

Mientras recolectaba unas frutillas azules que crecían muy grandes en ese lugar, no pudo advertir el peligro que se aproximaba…

Un ave muy parecida al águila real, pero de dimensiones gigantescas, apareció de la nada y se abalanzó sobre el pequeño…lo atrapó firmemente entre sus garras y se elevó sin problemas, alejándose por el cielo, sin importarle los gritos de Kori o los de su padre quien miraba impotente como su hijo se perdía de vista entre el follaje de los altos árboles.

Desesperado comenzó a correr en la dirección en que el águila se había alejado. Sin darse cuenta cruzó esteros, tropezó, cayó y continuó corriendo. ¡No podía pensar en la idea de perder a su hijo!

Mientras tanto el águila llegaba a su nido donde la esperaban tres gigantescos polluelos quienes, hambrientos, abrían sus picos a más no poder…

El ave dejó al niño dentro del nido pero, cuando supuestamente debería abalanzarse sobre él a picotazos, vio como este lloraba presa del pánico, abriendo también su pequeña boquita lo más que podía.

La similitud que encontró entre esta actitud y la de sus polluelos la desconcertó tanto que titubeó…y, si pudiéramos hablar de sentimientos…diríamos que sintió ternura y lástima por la asustada criatura.

Muy desconcertada, la enorme ave batió pesadamente sus grandes alas y alzó el vuelo nuevamente. Los polluelos quedaron en el nido, aun más desconcertados ante la presencia del nuevo acompañante que no paraba de llorar.

Un rato más tarde regresó esta madre a su nido, trayendo esta vez entre sus garras una fruta parecida a las sandías, con la cual alimentó no solo a sus polluelos, sino también al recién llegado que estaba ahora calmado y muy divertido con sus desplumados compañeritos.

Cuando nuevamente el águila fue en busca de alimentos, Kori pensó que sería mejor intentar descender de la escarpada cumbre donde se encontraba el nido.

Sintió mucho vértigo al mirar el camino por donde debería descender…era tal la altura en que se encontraba que aun los árboles más altos de la selva parecían pequeños arbustos, pero no quería pasar una noche allí…¿acaso el águila lo cobijaría también bajo sus enormes alas?

Sin despedirse de los polluelos comenzó el difícil descenso, cada movimiento lo hacía muy lentamente, sabía que un paso en falso podría costarle muy caro.

Cuando ya había bajado algunos metros, encontrándose aun muy alto, vio algo así como la entrada a una cueva…

Como le parecía imposible seguir descendiendo por la pared del acantilado, decidió entrar.

A pesar de la escasa luz en el interior Kori podía distinguir las caprichosas curvas dentro de ella.

Después de pasar un largo rato descendiendo a través de la cueva una hermosa luz llamó su atención. Brillaba en medio de la oscuridad como un sol en tonos de arco iris.

– Debe ser una salida – pensó, y se dirigió hacia ella, sin embargo, por más que se acercaba, la luz no se hacía más grande.

Con algo de temor y mucha curiosidad extendió sus manos y la tocó. Era una enorme piedra incrustada en la pared de la cueva.

Trató de sacarla pero estaba apretada. El brillo tornasol de la piedra se abría paso entre sus dedos mientras él tiraba con todas sus fuerzas…en eso…se desprendió súbitamente y el niño cayó hacia atrás con la roca entre sus manos.

Se puso de pie e intentó caminar pero estaba encandilado por el fulgor así que puso la piedra entre el calcetín y su pierna.

Había dado solo un par de pasos cuando cayó en lo que parecía un tobogán sin final. La tierra gredosa y húmeda no le permitía aferrarse a nada y, por lo que le pareció una eternidad, cayó y cayó hasta llegar a la salida.

¡No lo podía creer! En cosa de poco rato había descendido desde aquel nido casi sobre las nubes y, excepto por unos rasguños, estaba sano y salvo!

De vuelta en la selva intentó orientarse…Kori nunca se había internado tanto en ella y los altos árboles no le permitían ubicarse. ¿Hacia donde estaría su casa?

Sumido en estos pensamientos estaba cuando oyó que algo se acercaba…¿sería un animal salvaje?

Con mucha agilidad se trepó a un árbol y esperó en silencio…algo se abría paso entre los matorrales…cada vez más cerca…

Pero cual sería su sorpresa al ver a su padre!

– ¡Papá, papá! – gritó Kori desde lo alto.

El padre levantó los ojos desorientado. La voz de su hijo parecía venir de todos lados. Entonces lo vio…el niño comenzaba a descender y corrió a recibirlo entre sus brazos.

Por largos minutos se fundieron ambos en un fuerte abrazo.

De regreso a casa Kori comenzó a relatar a su padre cada detalle desde que fue presa del águila gigante.

En eso sintió un dolor en su pierna.

– ¿Estás herido? – preguntó el padre.

– No, es esta piedra que he encontrado en la cueva… ¡No te imaginas como brilla en la oscuridad! –

– ¡Wow! – exclamó el padre – Sí que es hermosa, se la llevaremos a mamá -.

Dos meses más tarde un grupo de científicos llegó a la isla. Venían a estudiar el águila gigante que solo existía en aquel lugar.

Pronto escucharon hablar de Kori y su aventura y llegaron a su hogar.

Ante el asombro de todos los miembros de la expedición, sobre una canasta, en el centro de aquella humilde choza, se encontraba el diamante más grande que habían visto jamás!

De esta forma la familia de Kori salió para siempre de la pobreza. El diamante, avaluado en varios millones de dólares, fue traslado a un importante museo en Italia y se le bautizó como el "Águila Gigante".

 

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