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Suenos racionales

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Suenos Racionales

Adriel Gómez

Cinco sueños largos en ocho horas de descanso. Podía sentirse orgulloso de la capacidad productora de su poderosa maquinaria de neuronas , naturaleza misteriosa y gris que sostenía sus días .

Decidió robar unos minutos más a la mañana. Permaneció tendido en su lecho de tablas, incómodo, pero feliz. El amanecer lo sorprendía siempre en idéntica postura: bocarriba, el cuerpo extendido en toda su longitud sobre una sábana revuelta, como si miles de batallas nocturnas lo hubieran contorsionado; los ojos, abiertos, mirando todavía las imágenes de sus sueños, registrándolas para materializarlas en algún papel que iría luego a manos del escritor. Sí, porque de esa manera vivía el durmiente, durmiendo. Era trabajo sencillo el de vender los productos generados por su fábrica de ideas…

Pero esta mañana tuvo dudas. No recordaba uno de sus sueños Se puso ansioso al ver la cuartilla incompleta en su destartalada mesa de madera Trató de evitar el desespero. Entonces, lentamente, entre trago y trago de café, forzó su memoria. A escasos metros de la ventana, se iniciaba el concierto de sus vecinos, vulgar y fastidioso: bromas de mal gusto, reprobaciones obscenas, riñas, todo mezclado con la algarabía de los animales, encerrados en criaderos pestilentes. De más allá le llegaba el ruido múltiple de las calles. ¡Imposible concentrarse!

La noche había terminado; lo entendió al fin.

Con su ascenso , el sol se llevaba las últimas reminiscencias de sus sueños. La realidad banal e inevitable, lo apedreaba con su arsenal de rutinas.

El durmiente había despertado.

La calle le trajo otras impresiones . Antes se sentía flotar en aquel medio, volar por encima de esas caras, distorsionadas por un diapasón de arrugas; pasaba veloz por entre las multitudes prosaicas, sin encontrar otro yo, alguien semejante a sus sueños. Pero ahora…ahora una inquietud indeterminada le hacía volver la vista, confundida, hacia esa despreciable multitud, perturbadora de las imágenes elaboradas por su máquina gris, y la propia máquina se resentía bajo el golpeteo incesante de otras figuras humanas que pululaban a su alrededor.

Singulares energías, antaño efímeras, siempre opuestas al libre desarrollo de su figuración, le hacía trastrabillar y tropezar con las gentes. Se oprimió las sienes, intentando mitigar las punzadas en su complejo juego de células grises, martirizado por un extraño ruido, pero no ajeno, porque provenía de lo más profundo de sí.

Buscó refugio en el portal más cercano. Ya no podían acusarlo, como adivinaba en los semblantes de algunos curiosos, de nublar con alcohol el preciado mecanismo rector de sus acciones.

¿Qué ocurría?, ¿Por qué se sentía tan distinto?

El durmiente despierto comenzaba a pensar.

Al cabo de tantos años, ¿por qué vivir en aquel cuartucho propio para albergar miserias? ¿ por qué fabricaba sus sueños en aquel camastro, banquete de comejenes? El escritor vivía en una casa si no lujosa, al menos confortable; sobre su cama de gruesos colchones dormía con su hermosa señora…fabricando niños; el escritor tenía una numerosa familia; él estaba solo; el escritor viajaba al extranjero, él no viajaba más que a la casa del escritor; el escritor era un hombre feliz; él era un desgraciado.

No le resultó difícil entender que había dormido toda su vida, y lo peor, para beneficio de otro. No, dejaría de vender el esbozo de sus ideas. Iba a quedarse con ellas, las guardaría como lo que son, un tesoro particular, y las invertiría para premiar su talento. Por este proceder quizás no se ganaría hoy el bocado imprescindible, pero mañana… mañana comería mejor.

Abandonó el portal con paso decidido, pues había cesado el inesperado aguacero de dubitaciones, sin dejar de ser él, el del aire melancólico, el solitario, el de la expresión embobecida.

Esa noche, al acostarse, se le transformaron los sueños; a partir de entonces se le hicieron más racionales, agudos, menos irreflexivos y fantasiosos. Al día siguiente, animado, elaboró con ellos ideas novedosas, rompió la monótona continuidad de su quehacer.

Un buen día se quedó en la cama con las ilusiones nocturnas. Había tenido su más cara ensoñación. A lo largo de toda la noche había experimentado el inusitado cambio material de la superficie en la que reposaba. Sus endurecidas tablas se fueron suavizando mientras se acrecentaba la blanda comodidad de las almohadas; lo acariciaban las manos, los pechos, las caderas, en fin, el cuerpo curvo y tibio de una mujer.

Cuando abrió los ojos, reconoció enseguida la habitación amueblada y limpia. Se levantó ágil, como nunca lo había hecho, se asomó a los ventanales de cristal, vio los jardines, la verja, la calle…Era la casa del escritor.

Un impulso casi inconsciente lo llevó a registrar las gavetas . Suspiró aliviado el encontrar centenares de pliegos amarillentos, carceleros de sus ideas. Luego se volvió con lentitud. Miró a su mujer. Ya no quiso despertar más.

Ahora se le ve a menudo caminando por las calles del brazo de su compañera, visita lugares famosos, saluda a las gentes, con una sonrisa para los numerosos amigos que tiene; una inclinación de cabeza para los menos conocidos. Y sólo corre a refugiarse al ver aquel ser solitario y cabizbajo que se aproxima con una expresión absorta en la cara. Corre y se oculta en el mismo rincón donde aprendió a pensar, en el portal donde concibió sus sueños racionales.

 

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