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Escribo para agradecer tu visita

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Escribo para agradecer tu visita

Clementina D"Cantel

Escribo para agradecer tu visita. Aunque en nuestros días ya no se estila escribir cartas, igual te haré llegar ésta en la primera oportunidad.

Lo que recuerdo es que estaba con Miguel mi marido y mis hijos en un restaurante que sirve de parada nocturna del bus que viaja desde Santiago al sur. El local estaba en una esquina y grandes vidrieras separaban las ordenadas mesitas del interior de un amplio estacionamiento dispuesto para recibir buses y automóviles durante toda la noche.

Miguel se había adelantado y estaba en el interior del establecimiento. Mis hijos estaban a la vuelta de la esquina platicando con otros jóvenes. Yo me había quedado un poco atrás, y me aproximé a una de las ventanas para buscar con la mirada a mi esposo. Me acerqué al amplio cristal y vi mi propia imagen reflejada en la superficie. Llamó mi atención descubrirme el rostro sin maquillaje (acostumbro ponérmelo antes de salir de casa) y mis cabellos más largos. Instintivamente llevé mis manos a la cabeza y allí me di cuenta que en realidad lo que miraba era el reflejo de tu rostro. Estabas de pie un poco más atrás. Sonreías alegremente. Retrocedí un poco y pude verte, llevabas una chaqueta blanca y jeans. En tu juvenil rostro destacaba una sonrisa franca y la juventud de los dieciocho años. Tu larga cabellera caía sobre los hombros, tal como la usé hace muchos años. La confianza fluía alrededor de tu persona. Cuando te reconocí como la imagen que me observaba desde el espejo en la juventud, mi primer impulso fue conducirte junto a mis hijos que conversaban animadamente a unos pocos metros o encaminarte al interior del restaurante para enseñarte a mi marido. Te limitabas a sonreír. Me puse un poco nerviosa, ansiosa por llevarte junto a ellos para que te viesen o tal vez para que tú los conocieras, mostrarte las personas que formaban mi familia, quiénes eran y lo que habíamos logrado desde que nos separamos hace tantos años.

Te limitabas a mirarme y con lentitud me dijiste “Tranquila, no te preocupes”. Sólo con tu mirada entendí la profundidad de esas palabras.

Por tus ojos supe que ya los conocías, y los conocías muy bien. También estabas al tanto de lo que había hecho con mi vida en estos años y lo aprobaste con una sonrisa. “Tranquila” también significaba que no debía estar afligida. Tú estás conmigo.

De pronto pensé que venías a avisarme acerca de mi partida y te lo pregunté con un poco de expectación y sin miedo alguno “¿Es mi hora?”. Negaste con un leve movimiento de cabeza.

Con un amplio gesto de cariño apoyaste un brazo sobre mis hombros y caminamos un trecho juntas. Desde ese momento comprendí que siempre habías estado conmigo.

Hoy camino confiada y muchas veces puedo sentir que tu abrazo protector me rodea. Por ello vuelvo a repetirlo, agradezco tu visita y la confianza al mostrarme tu rostro afable. Ahora sé que siempre estás conmigo y puedo confiar en tu lealtad, hasta el fin de mis días.

 

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